viernes, 21 de octubre de 2011

Los lugares a los que ya no pertenecemos.

Llevaba mucho tiempo masticando esta entrada. Llevaba mucho tiempo pensando en todos esos lugares a los que ya no pertenezco, de manera literal, filosófica o de cualquier forma en la que me haya sentido parte de lo que sea.
Hablo de lugares físicos. Los lugares en sí mismos. Esos sitios donde el destino nos lleva a ojos tapados y nos deja ahí, no sin antes darnos las vueltecitas para convertirnos en las gallinitas ciegas que seremos a partir de entonces. Gallinitas ciegas, literalmente: Cobardes y ciegos ante todo ese miedo que se nos ata a la venda que llevamos puesta. 
Hablar de estos lugares cuando hablo de PERTENECER, puede resultar muy contradictorio. Pero no lo es. Los sitios que son nuevos están llenos de cosas nuevas, y las cosas nuevas están vacías de nosotros mismos. Eso asusta. Ir a un sitio donde no hay retales de tu vida de siempre, te lleva a lo desconocido. Te lleva a sentimientos desconocidos, a personas desconocidas, a situaciones desconocidas e incluso a esa tú desconocida. 
Esa diferencia entre tú y el lugar que te acoge, el margen abismal entre la realidad y tus sueños, esa distancia tan tremenda que se crea entre ambos conceptos, provoca algo que conocemos todos: vértigo. Vértigo porque nos encontramos en la azotea de nuestras propias expectativas, y nuestras expectativas, tan distantes del suelo, tan distantes del mundo real en el que ahora vivimos. El miedo se nos instala en la garganta, y construimos esa altura, y su vértigo llega con ella. Nos quedamos a vivir en la nostalgia de lo conocido. Nos quedamos en la angustia del adiós. Nos quedamos en lo que un día nos atrevimos a llamar: Siempre. ¡CUIDADO! Esto no quiere decir que ese siempre fuese mentira. Lo que quiere decir, es que los siempre existen. Para mí, los siempres no tienen tanto que ver con el tiempo matemático como con el tiempo emocional. El tiempo matemático, definido en una cantidad de números "horales" y "secundarios", se acaba. El tiempo emocional, definido por un montón de indefiniciones, también acaba...O no. 
Lo siempres existen. Yo he vivido muchos siempres. Un siempre dura un instante, o quizás horas, o quizás años. Pero un siempre no es temporalmente contable. Los Siempres son el límite de vivir. El límite de vivir de cada uno. Me explico: Si la vida se divide en etapas, podríamos decir que cada una de esas etapas es una subvida. Entonces sí podríamos conceptualizar un siempre."En esa etapa, fuimos Siempre como fuimos. En aquellos tiempos, fuimos amigos Siempre. Un día, te quise Siempre. Ayer, Siempre éramos nosotros."
Pues ahora estamos aquí, en otra subvida de la vida propiamente dicha. Aún no ha existido ningún Siempre. De hecho, estamos en esa azotea llena de inseguridades porque nos empeñamos en forjar Nuncas por doquier. Seguimos pensando en esos Siempres que ya no están. No hemos encontrado la fuerza para despedirnos de ellos. Decir adiós no es morirse un poco. Puede que lo sea en el tiempo matemático, pero creedme que no es así para el tiempo emocional. Decir adiós es cambiar un mucho, por decirlo de alguna manera. Decir adiós no es matarnos tampoco a nosotros mismos, sino ampliarnos y construirnos cada día más, a base de lugares que en principio no nos pertenezcan, que en principio queden lejos de nuestra azotea sentimental.
Realmente, y diga lo que diga, yo también siento que decir adiós es suicidarse un poco. Pero en el fondo sé que no. Lo que nos ocurre, es que cambiar de subvida, es sinónimo de perder. Nos echamos las manos a la cabeza y pensamos en la cantidad de cosas que dejaremos atrás. Rechazaremos, automáticamente, la situación. Y cuando se produce un rechazo subconsciente hacia el lugar, el lugar rebota el sentimiento y te rechaza automáticamente a ti.  Lo cual, se convertirá en un circulo vicioso de lágrimas y nostalgia en histeria. 
Pasaremos por unas etapas de duelo, similares a las de Kubler Ross. Como dijo ella: "El duelo es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida." Entre las etapas descritas en este proceso, hay una que es bien clara como fundamental para completar el duelo, y en ésta es en la que me voy a centrar: Sentir en totalidad el dolor y todas sus emociones. 
No frenemos, no nos pongamos un paracaídas antes de caer al suelo. Tiremos de la azotea. Caigamos por el precipicio que nos separa del resto de nuestra vida. Seamos capaces de seguir viviendo. 
Los lugares que ya no nos pertenecen estarán lejos. Los lugares que ya no nos pertenecen estarán Siempre. Los lugares que ya no nos pertenecen, nunca dejarán de pertenecernos en realidad. Hay que verlo de esta manera. La manera real. La visión que solo dan las próximas horas, el contacto con esos lugares que nos empiezan a pertenecer. 
Con todos los lugares pasa lo mismo. Primero no nos gustan, y luego, no queremos dejarlos atrás por otros nuevos. Dejan de ser realidades angustiosas, para convertirse en Siempres. Y cuando juramos el primer Siempre en ese lugar, ese lugar empieza a jurar un Siempre sobre nosotros. Es así. Los lugares que un día nos dieron miedo, hoy nos dan nostalgia. Los lugares que hoy echamos de menos, un día los echamos de más. Los lugares que consideramos que hoy nos pertenecen, un día quisimos no pertenecer a ellos.
Y de repente, nos vemos en un lugar nuevo, atados a las personas que hemos construidos en los lugares de antes. Pensamos que la inercia empezará a funcionar, y que empezar una etapa será cerrar otra. Y la verdad es que ocurre. Pero no hay que dejarse guiar por frases como "la vida es así." Hay sitios que a los que no dejamos de pertenecer nunca. ¿El secreto? El tiempo emocional. El tiempo emocional que nos ate fuerte a esos lugares que siempre nos tendrán ahí. Perderemos algunas cosas, inevitablemente, pero... ¿por qué tenemos que perderlas todas? Podemos conservar lo que queremos conservar, y llevárnoslo e incluirlo en esos lugares a los que hemos comenzado a pertenecer. Las cosas no serán iguales, pero no serán totalmente distintas.
 Puede que un día, el día que nos acostumbremos a los lugares nuevos, nos demos cuenta de que ya no queda nada del lugar viejo. Puede que entonces sonriamos con más proyectos que miedos y que hayamos abandonado la azotea. Habremos sustituido la nostalgia por un cariño en sepia hacia esas épocas en las que fuimos realmente felices. Los echaremos de menos, pero no en falta. Y seremos Siempres, una vez más.
Es fácil poner el ejemplo hablando de sitios físicos. Pero también me refiero a personas, a sentimientos, a momentos en sí mismos, que son todos lugares a los que ya no pertenecemos... pero que siempre estarán ahí. Y es fácil. Estarán ahí porque en realidad nosotros no somos los que pertenecemos a los lugares, son los lugares los que nos pertenecen a nosotros, y nos pertenecerán siempre, hasta el día que decidamos que ya no son nuestros. Da igual cuánto haga falta para llegar a ese punto, pero es una manera de no agobiarse durante el trayecto a él. Tampoco sabemos que nos encontraremos adelante, cuántos nos durarán los lugares y cuánto necesitaremos para destruir la azotea e instalarnos a vivir en una realidad en la que hemos construido sueños sin adulterar. 
Empezar es difícil. Acabar, lo es aún más. Cuando hay amor de por medio, cuando hay vida vivida, todo se complica. Pero la vida se encarga de desenlazar los miedos ella sola y de instalarnos en los lugares que un día nos pertenecerán fervientemente. No hay que rendirse: llegará cuando se haya ido lo demás... y se irá cuando se tenga que ir. No hay que forzar. A veces no hay que hacer absolutamente nada. Hay una frase que me encanta, que dice: "You won't be sad forever." Sólo es cuestión de tiempo... tiempo puramente matemático.

lunes, 3 de octubre de 2011

21.

Felicidades en uno de esos días de polvo y tierra. De calor suicida. De lunes. De queda mucho para sentir que volvemos a comenzar.
Felicidades a ti, cosica chica, sonrisa grande, ojos de tamaño incalculable.
Felicidades en cenas copiosas, en cualquier noche que pueda irme a tu cama y que mamá diga: no son horas.
Felicidades a tu lado del sofá. A esas tardes de médicos y de familia, que dieron paso a noches de sillón tardío, que han desembocado en series a destiempo, que nos han convertido en Chicas cotillas y en Mujeres desesperadas.
Felicidades a los chistes sin humor. Al humor sin chistes. A que cualquier palabra sea motivo de risa. Al increíble analgésico que resulta tu presencia cuando te llenas de alegría.  
Felicidades a tu corazón curioso, a tu inocencia sostenida. A lo pequeña que eres incluso cuando eres grande.  A la magia que te da el simple hecho de ser quien eres. A la suerte que provoca tu existencia.  Felicidades para los "lolitos" y para "cocoliso" el muy pedorro, por tener la suerte de haber sido dibujados por tu dulzura. Y también, felicidades al pillapelo, por supuesto, por haber sido, algún día, a quien más quieres en este mundo.
Felicidades al lunar de tu mejilla derecha, a tu contínua piel de gallina y de felina, a tus tintes de hada acaramelada y a tu (por qué no) también parte de juanita la porra que tienes.
Felicidades a tu "ángel", que te lleva a donde quieres ir, que te ha conducido hasta aquí, que me ha llevado a tu cielo poco a poco.
Felicidades a tu pasado. Por haberte visto nacer, por haberte visto inventar historias y tener estrella. Por regalarme noches de miedo en la tranquilidad de la cama cerca de la hermana mayor. Por inventar pequeñas locuras de coherencia. Por construir lazos tan fuertes y por haberte traído hasta hoy.
Felicidades a tu presente. Por oler a incienso y a peculiaridad, por mezclar tanta cosa distinta en una misma persona. Por hacerte lo que eres. Por seguir regalándome muchas de tus noches, cerca o no tan cerca, y esas que nos relagamos a veces porque será que no es tan pesado dormir "culo con culo" con un culo hermano. 
Felicidades a tu futuro. Porque te haya asentado en tus decisiones. Porque te llevará a lo que tu has ido. Porque te seguirá teniendo rodeada de todo el amor que eres. 
Felicidades a esos niños que tengan la suerte de aprender de ti, de quererte, y de, sobretodo, que los quieras. Felicidades a ellos porque les enseñarás algo que no se escribe ni se cuenta. Algo que nos has enseñado a todos, de niños o de mayores, sólo con el hecho de haber entrado en nuestra vida.
Felicidades a tus padres, a los míos. Felicidades por no equivocarse contigo, por la grandeza de tus 21 otoños, por la gracia de todo el recorrido hasta aquí.
Felicidades a Alejandro. Por haberte encontrado. Por su "te quiero" y su "te adoro"... y por consecuencia te compra un loro (o dos).  Por tener la oportunidad de ser especial para alguien tan especial como tú.
Felicidades a tus amigos, conocidos, a la gente que intercambia cariño contigo. Felicidades a ellos por todo lo anterior y todo lo siguiente, y todo lo que no se puede escribir porque va más allá de las palabras, los gestos o las sonrisas. Felicidades a ese mundo que te rodea, por tenerte como sol, como luna, como estrella. Felicidades a ellos y a nosotros por cualquier etapa de esta vida que te haya recogido a ti en ella, por cualquier átomo de tiempo que hayas compartido con nosotros, por corto, largo, que haya sido, pero grandioso e infinito que haya resultado.
Felicidades a tus cosas imperecederas, a las que no cambian nunca y te hacen ser quien eres. A tus Siempres. A las personas, también, que tenemos la suerte de ser un Siempre tuyo.
Felicidades a tus desgracias. A la tristeza de tus ojos. Ojos elocuentes que no pueden estar evitar contarme eso que te quieres callar, en vano, por supuesto. A tus ganas de llorar, inquietas. A que llores en sí, como  bomba atómica para el mundo.
Felicidades a tus planes, a los favores que pides, a cualquier cosa que apuntas en la agenda y a cualquiera que apuntas en el corazón de cualquiera. 
Felicidades a mí. Por ser quien soy y quien me ha tocado ser, y que hayas hecho tanto por que todo eso sea así. Por ser tu hermana, tu amiga, alguien que te cae bien o mal... pero sin la que no puedes vivir. Por compartir tantos gritos, o besos, o demás pequeños gestos que hacen grandes relaciones. 
Felicidades a mí por tenerte a ti. Por ser un recuerdo del pasado, un día a día del presente, y un proyecto seguro y fijado de nuestro futuro. Por tener tantas frases en común, por tirar contigo mi miedo al ridículo y mi tendencia a la "patetiscencia". Por romper en mil pedazos llantos que ahogan y por construir en mil universos alegrías que no se agotan, sino que van creciendo más y más.  Felicidades a mí por tener un pedazo de ti, literal e incoherente, por compartir tu voz y tu identidad telefónica. Por aprender tanto y tanto de ti, por ajustar la importancia a las cosas que importan y porque tú importes tanto. 
Felicidades a todas las gracias que te doy, subliminalmente, cuando escribo esto. Felicidades a todos esos momentos que hemos compartido, que no se acaban, ni se terminan, ni sé por donde empiezan. Felicidades por no ser una etapa de mi vida, ni algo que ha marcado pero caduca. Felicidades por tener la oportunidad de conseguir verte el resto de mis días, por tenerte como eje durante las vueltas que da la vida, y que sigas siendo lo que prevalece aunque el resto de las cosas cambien. Felicidades y gracias, juntas, de la mano. Felicidades por ser mi compañera de viaje, el amor que no se acaba, las veces que no terminan, por darme la oportunidad de reencontrarme siempre que quiera con aquello que siempre está ahí. Gracias y felicidades, de la mano, juntas. Gracias por significar. Gracias por ser. Gracias por serme. 
Felicidades a ti, Rocío. A tus 21 años en general, como recorrido extenso, y a tus 21 en particular, con este uno que significa el empiece de otra década que compartirás con tu familia, tus amigos, la gente de tu mundo y conmigo, por supuesto. Felicidades a todo lo anterior y lo posterior, que aún no se ha escrito y será imposible de escribir, sin duda. Porque está claro que la grandeza que implicas no se formula con palabras, ni un gran regalo de un día especial... Más que nada, porque contigo no hay día que no sea especial, ni día que no sea un gran regalo. 


martes, 27 de septiembre de 2011

Pre-desastres.

Volverán los pájaros al sur, allí tan lejos donde se inventara el verano. Volverán nuestros semáforos a ponerse en rojo, yéndose las prisas con el verde que nos ha prestado la primavera menos tiempo del que supimos aprovechar. Volverá la deuda que deja septiembre, que dejan los lunes y los días 15. Y se irá su voz con la sal que nos vio mirar al cielo en tantas tardes de mar y pipas. 
Los minutos volverán a engordar; comenzará la Operación Chaquetón. Y el frío, dispuesto a latir tras unos dedos más lentos y blanquecinos que una nieve inexistente. 
Pero vendrán las lluvias a limpiar mi pena y a aliviar toda la nostalgia que dejan las vacaciones de felicidad. Esas lluvias que gritan Otoño, y que en cualquier otra época del año nos proporcionan vértigo, pero precisamente en ésta, en ella misma, sólo nos proporcionan eso... Otoño. Y el otoño no duele tanto cuando no hay una real realidad rota. El otoño es otro estado de ánimo... como lo es casi todo lo que se hace factible a través de lágrimas, o casi todo de lo que nos da cosa hablar. El otoño, como parte de un mundo naranja. El otoño con gusto a calabaza, a castañas, a último helado apetecible. El otoño, como tus ojos.
Pero vendrá la nieve que sentiremos dentro del jersey que llamamos invierno. Borrando casi todo menos ese helor que enciende al Primer Mundo de derroche eléctrico. Creeremos en la navidad, porque sí hay magia en ella. Recuérdalo: serás mi próximo diciembre. Y estarás aquí, evitando el desastre que creo no poder evitar. 
 Se irán las miradas de los miércoles, y los libros nuevos ya no olerán a libros nuevos. Pero las sonrisas de siempre, olerán a las sonrisas de siempre. Con suerte, un día de éstos, quizá nos llueva alguna tormenta sin paraguas, y podamos sentir la gracia que esconde tanto apagón natural. Los ojos se nos acabarán acostumbrando a la oscuridad. Y nos veremos en medio de la rutina que ya, entonces, no nos resultará tan lúgubre... Nos haremos a una vida para la que estamos hechos a hacernos. 
Y la vida da muchas vueltas. Dicen. Vueltas y vueltas y vueltas. Pero siempre giramos sobre el mismo eje. Ese eje de las cosas que, realmente, no cambian nunca. Como la esencia natural, la naturalidad de la injusticia, y lo injusto de la esencia. Y seguiremos teniendo nuestras gracias y nuestras desgracias, aunque ahora las barajemos de maneras diferentes. Aprenderemos a ser felices. Aprenderemos a ser felices, juntos.
Y cuando todo acabe, podremos volver a construir una vida, sobre la base de ésta misma que estamos construyendo. La volveremos a escribir. Aunque nos cueste trabajo. Aunque al principio la letra nos salga más fea. Aunque nos desviemos de la línea, y acabemos colisionando con otra línea previamente escrita. Aprenderemos a escribir recto. Aprenderemos a escribir recto, juntos.
Y así, no nos daremos cuenta de las cuentos que cuentan. Te prometo que un día al levantarnos, el calendario ya se habrá vestido de abril. Y te prometo que las lluvias limpiarán la decepción que nos causaba no ser los héroes de nuestro propio tiempo. Los semáforos volverán a dejarte cruzar tu mundo lleno de miedos. Y cuando estés en la acera de enfrente, te darás cuenta de que el mayor tiempo cruzando, fue con la luz en ámbar, mientras contigo también cruzaba esa época que tantísimo pánico nos daba vivir. Desde ahí enfrente aprenderemos. Volveremos a aprender que los pájaros, acostumbrados a ese lugar llamado verano, se han mudado con él, y ahora ambos se instalan en tu ropa y en tu alegría. El verano, otro simple estado de ánimo. El verano, como mundo sin color, que cada uno colorea a su "mundo". El verano con sabor a paella, a arena, a mil tipos de helados apetecibles y no apetecibles. El verano, como mi risa. Recuérdalo: eres mi próximo verano. 

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La vida en la mochila.

Ayer fui con mi madre a Alcampo con la finalidad de comprarme una mochila. Aunque es un centro comercial grande con tiendas y chorradicas para distraer de manera eficaz a la gente, evidentemente, primero fuimos a ver mochilas. Cuando yo ya había elegido un modelo precioso de Converse (qué le vamos a hacer) negro y discreto, mi madre pensó que podríamos realizar otras compras, ya que estábamos allí, e ir luego a por la mochila, y que así no fuera una carga el resto de la tarde. Qué ironía, ¿no? Una mochila que no sea una carga. Es estúpido y tiene toques repelentes de paradoja. Una mochila siempre es una carga. Al fin y al cabo, para eso sirven las mochilas...
 Toda una tarde con mi madre da para mucho, y no es por hacerle la pelota. Si de algo me he dado cuenta, es de que disfruta hablando conmigo, y eso es algo que aunque yo lo diga poco, me ayuda mucho. Me habló del blog, del éxito de mi ánimo septiembrero, y poco a poco, entre risas y madrerías, me pidió (con su manera de hacerlo) que escribiese pronto otra entrada. Y como se nos da bien divagar juntas, así fue como surgió la grandiosa idea de las posibilidades de una entrada mochilera. Y mientras seguimos con las compras, yo empecé a pensar en la gran cantidad de tipos de mochilas que existen... más incluso de los que cualquiera nos paramos a pensar. La culpa de este fenómeno mochilero, la tiene precisamente el transfondo de una mochila, que puede ser de tela, de miedo o de cualquier material que permita agrupar cosas que se vayan acumulando. Una mochila es útil, sin duda. Pero no todas lo son.
Por ejemplo, esas mochilas escolares, que pesan kilos y kilos de, muchas veces, "conocimientos" que pesan más de lo que una espalda sana puede cargar. O esas mochilas de gimnasio, llenas de ropa, cosméticos, perfume, para salir luego con quien nos ha llevado, indirectamente, a esa necesidad de ejercicio. A veces las mochilas se cargan demasiado y cuando llevamos muchas cosas encima puede ser un gran alivio contar con una. Pero en cualquier caso, una mochila pesada es una mochila difícil de llevar. Pero dentro de lo que cabe, esas mochilas son útiles.
Las mochilas de material no factible son las que más problemas nos causan, y no precisamente problemas de espalda. A mí son las mochilas que más me aterran. Porque no tienen un tope, o eso creemos, porque claro que lo tienen. Ser ciegos emocionales nos conduce al conflicto de cargar la mochila más de lo que ésta está dispuesta a soportar. Y que una mochila sea o no sea visible, esté llena de cosas que se tocan o que se sienten, no quita que no tenga un tope.
En realidad, sólo por el hecho de ser humanos, Dios, el alma, o lo que sea que exista, nos regala una mochila al nacer. El material no es plástico, ni poliéster ni forro impermeable. El material es tiempo, y soporta tantas cosas que a veces sobrepasamos el peso cuando ya es tarde. Lo que se mete en esa mochila es casi infinito, casi. Se rige, por todas las leyes principales mochileras: Imposible cargar más peso del que nosotros somos capaces de coger. Y, como en toda mochila, las cosas que se meten, se sacan igualmente.
Es fácil decirlo, ¿eh? Pero, para ser sinceros: ¿a quién no se le ha acumulado carga vital en esa mochila? Hay momentos que no es posible hacerlo de otra manera. El miedo, la pena, la rabia, los celos, la no autoestima o la soledad, pesan tanto tanto, que la mochila tarda poco en estar rebosante. Por eso no es difícil que se acumule pronto una gran carga. Sin embargo, con las cosas buenas de la vida, pasa totalmente lo contrario. La felicidad, las ganas, la ilusión o el amor, no pesan nada... O sí, sí que pesan... pesan tantísimo que colapsan la mochila, la revienta, la agujerean, y la vacían. Nos hacen más ligero el camino. Pero aunque las cosas malas tengan un peso tan grande, la mochila jamás se rompe, jamás se hace ligera. Y si la sobrecargamos, el peso puede caer sobre nosotros y eso podría hacernos daño... más daño todavía. Hay épocas que nos caen en las manos cosas buenas, y épocas que, sin embargo, nos llueven las cosas malas. Y no es culpa de nadie. No hay remedio para evitar que una mochila pese cuando le ha tocado su momento de pesar. Pero sí que hay manera de seguir adelante, aún pensando que en el próximo paso caeremos absolutamente redondos al suelo. El truco está en ayudarse con el peso. A veces hace  falta valor, también en la mochila, para sacar (aunque sea poco a poco) trozos de esas cosas malas e ir enfrentándolas, no a la espalda, sino cara a nosotros, mientras nos miran, y descubrimos que somos más fuertes de lo que nos creíamos, y que gracias a todo ese peso, nuestra mochila ha cedido un poco y la próxima vez, el mismo peso nos resultará mucho más llevadero.
Por supuesto, hay mochilas compartidas. Y eso, claro... siempre es mucho más fácil. Ojalá siempre pudiéramos repartirnos el peso con alguien que esté dispuesto a cargarse un poco. Pero todos y sin excepción, vamos a cargar esa gran mochila solos, la mayoría de veces en la vida. Y eso es lo que más miedo da.
Lo que no te mata, te hace más fuerte. Y lo que te hace más fuerte, te lleva a vivir más. Te lleva a la alegría de tener dentro de ti ese coraje para ir tú, tú solo a por todas esas cosas que tienes ganas de tener dentro de tu mochila. Porque, en el fondo, lo único que importa, es que jamás tu mochila se quede vacía. Tan necesario como la cremallera, resulta siempre un sueño por el que luchar y por el que estamos dispuestos a soportar todas las toneladas del mundo.
En cuanto a mi mochila, ahora mismo pesa un montón. Pero sigo adelante, por muchas razones. Una de ellas, es que el peso que cargo, también tiene sus retales de cosas buenas. Y el otro, es porque sería injusto dejar de andar ahora, a mis "dulces dieciséis" sólo por un poco de miedo. Si algo he descubierto, es que muchas veces siento que nadie puede ser consciente de ese peso que me taladra las rodillas y me obliga a caer. Pero luego me echo un poco de sentido común a la mochila, y me digo: "Es injusto llorar por algo que mañana me hará gracia. Es injusto por la gente que carga con problemas de verdad." Y no os equivoquéis, diciéndome eso no me siento mejor... pero, realmente, me siento un poco menos sola. No por las desgracias ajenas, sino por lo remediable que resulta lo malo de mi vida. Porque no es irrevocable. Porque sólo me hace falta ese sorbito de valor y una pizca de tiempo para que desaparezca. Porque si de algo me he dado cuenta es de que si sigues aquí, en este lugar que se llama Tu vida, el propio cosmos te equilibra la mochila. Habrá cosas buenas, malas y cosas que apenas atraigan nuestra atención. Pero desmenuzarlas, entenderlas y enfrentarlas, es la base para que podamos seguir caminando por ese mundo lleno de miedos.
Quizá la mochila seamos nosotros mismos. Quizá nosotros seamos una gran mochila llena de sentimientos y humanidades. Y que "desahogarnos": llorar, gritar, o apoyarse en otra "mochila", sólo significa hacer más fuerte nuestra fuerza. Y a veces va a dolernos, como si nos pusieran un ladrillo de mil kilos sobre la cabeza. Pero vamos a resistirlo, y vamos a aligerar el paso en cuanto superemos eso.
Puede, también, que el mundo sea la mochila y que todos estemos aquí, juntos, a veces cayéndonos por el precipicio que implica vivir en un recipiente lleno de cosas que ni podríamos imaginar. Y que no hay que engañarse, que todo pasa. Y que podemos estar hoy aquí y mañana allí. Lo importantes es lo que he dicho antes: que jamás nos falten ganas de seguir adelante. Porque como dicen por ahí, lo mejor siempre siempre siempre está por venir. Y aunque haya malas rachas, siempre hay momentos buenos, como el de ayer con mi madre por ejemplo. Que es la persona más fuerte emocionalmente que conozco. Y cuando estás con ella, sin pretenderlo o pretendiéndolo, se echa en su mochila muchas de las cosas que pesan en la tuya.  Por eso ayer se me olvidó el tema de cuánto pesa la vida y en cuántas cosas feas se me estaban acumulando en la mochila. Al final, cuando ya íbamos de camino a casa, se me había olvidado cualquier ápice triste que me esté coloreando en estos momentos. Y así fue como, entre sonrisas y despistes en buena compañía, caímos en la cuenta de que habíamos aprovechado el viaje y habíamos hecho un montón de compras... pero  nos íbamos alejando, sin ser consciente de que se nos olvida una cosa: la mochila. Y allí nos la dejamos. Y no fue la única mochila que se me olvidó...





Pero bueno, como la vida no va de eso, y como ni los problemas ni los libros kilográmicos se llevan solos, al final, un ratito después, volví con mi hermana para comprármela y ya sin olvidos. Pero a ella no le gustaba la Converse negra. Las mochilas dicen mucho de quien las lleva a la espalda. Y esta me pega mucho más, ¿verdad? Porque si tuviera que ponerle color a lo que soy, elegiría el azul... y bueno, también, en ocasiones, se me da bien eso de quedarme a cuadros.  Y además, estoy absolutamente segura, de que ésta mochila y todas las que lleve en todos los sentidos, pronto van a ser lo que parecen: mochilas cargadas de alegría, también de los miedos que esas alegrías conllevan,  de proyectos y, sobretodo, de iniciativa. Iniciativa para seguir caminando sola, con mi mochila, y con (co)razones de peso que me ayuden a sobrellevarla.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Septiembre, como estado de ánimo.

La verdad es que no sé qué escribir. Me he sentado aquí, he abierto este sitio, y no... no sé qué escribir. Un día, mi madre me despertó diciendo: "Buenos días, churrito, te he abierto un blog". Claro. Ya sabía que algún día haría algo de esto. Y ese día, para su pena, quedaba ya un poco lejos... Así que como quiero hacer feliz a mi madre, y como "a una madre hay que hacerle caso", aquí estoy, sentada, y no... no sé que escribir. Pero hoy me parecía un buen día para empezar a hacerlo. Porque en días como estos, en los que el sol aprieta pero el verano afloja, siento como si las palabras estuviesen más cerca de mí. Lo que pasa es que yo me hago la despistada y las intento ignorar. Pero no puedo. Porque están aquí, sin forma, sin peinar, sin ser. Y yo quiero formarlas, peinarlas y jugar con ellas, ver qué sale y qué acaban siendo. Mi madre querría, porque cree que se me daría bien el malabarismo narrativo.  Y yo no sé vosotros, pero a mí el verano me enturbia. Que sí, que el verano es bonito y es como un eterno dibujo infantil de la típica casita, con el típico árbol y el típico sol subjetivo. Pero no es buena época para empezar un blog. Ya se sabe que septiembre es un mes de empezar, y yo quiero empezar muchas muchas cosas. Este blog es una de ellas. Ya os iré contando, si surge, retales de historias que vaya construyendo, peinando y adecentando. No prometo hacerlo bien. Pero es septiembre, y yo también quiero "recuperar" algunas cosas.  Cosas, como por ejemplo la costumbre de escribir, el "aje" de estudiar o las conversaciones nocturnas con mi hermana, siempre en su cama, por supuesto. Lo demás vendrá ahora. Tengo esa sensación. Y cuando aprenda a continuar con lo que empiece septiembre, puedo probar a "malabarismear" con las letras, esas que a veces están en la punta de los dedos y que no las lloro por falta de tiempo, o por derroche del mismo. Puede que cuando sensibilice esa parte de mí, cuando los malabarismos empiecen a escribir cosas tan "ideales" como la casita y el árbol y el sol poético, cuando empiecen a ser verano, podré convertirme yo en mi propio septiembre... e inventarme, reinventarme, y recuperarme entre palabras cada vez que quiera. Entonces quizá sí que sepa... sí que sepa qué escribir.