domingo, 31 de marzo de 2013

Las niñas de ojos tristes.

Lo primero que se debe entender en la vida, es que hay sitios a los que ya nunca más vamos volver.
Y bueno, está bien.

Aunque hay noches
en las que quieres volver
y no sabes a dónde llegas.

Porque nunca se puede volver
al mismo sitio dos veces.

No si te vas.

Y me he pasado la vida yéndome de broma.
Pero en serio.

Y ahora qué hago con las maletas
que nunca hice
como el daño,
que, sinceramente,
yo creo que tampoco.


Ahora que miro agarrada a las cornisas
y os veo a todas tan mayores
ahí abajo
y quiero tirarme
pero no puedo
porque si lo hago
me voy a morir

Y entiendo.
Que soy tan ajena a vosotras
que ya estoy muerta.

Pero mirad qué vestido tan bonito,
podéis mirármelo un rato.
Y decirme cosas
de que he sido siempre 
la más guapa. 


De que he sido siempre.
A pesar de no estar.

Y no me lo creeré,
porque tengo los labios 
del color del ya no.
Pero sonreiré.
Con la tristeza con la que sonríen las niñas.
Esas niñas que siempre somos.
 Pero por dentro.

Porque por fuera no se ven los restos del naufragio
o sí
pero os calláis.
no me vaya a tambalear.
Es que no os interesa que os caiga
porque podría ser encima
o podría ser mal.

Desde la cornisa puedo tocar el suelo
con tacones.
Pero no el cielo
porque ya no existe.

Y es que ahí ya estuve.
Y me fui.
Y ya he dicho antes que hay sitios a los que no se puede volver.


Pero volver, luego,
sí puedo volver a casa.
Todavía.

Volver
como quien ya ha gastado todas las canciones bonitas
y sabe que lo único que te suenan
es de vista
porque tampoco se vuelve a las personas
de las que ya nos hemos ido.


Repaso mentalmente el problema
y hay infinitas soluciones
así que ninguna.
Y medio positiva vuelvo a la cama
y la multiplico por 18
y me sale negativo.



En la cornisa hace frío
¿sabéis?
a otras.
Y ya no sabéis a mí
Ni me sabéis
y qué queréis que os diga
me lo merezco
pero también un Irene, ¡espera!
que te ayudo a no dividir
el coraje.

Pero nada.
Y yo me ahogo.



No lloro mucho pero me equivoco contando
con los dedos
todo lo que he perdido.

Quizá por eso, me quito los tacones
y el suelo vuelve a estar distante
como los lunes de menos mal que hoy te voy.
A ver.

Me agarro más fuerte.
Y doy el último impulso hacia arriba
y todo lo que puedo ver es una azotea
y alguien que se está tirando.

Y como todo esto es un sueño,
yo no la salvo
porque sé que ella es más valiente
y se sujeta con las raíces
del pelo
del pertenecer
del nunca me fui de donde me querían.

Pero como todo esto es un sueño.
yo no me tiro
porque a estas alturas de la vida,
qué vertigo.

El caso es que me fui
porque quedarse a ratos es imposible
y echar de menos 
es hacer más
porque la vida va de perder
para ganar
una partida.

Una partida con todos despidiéndose.
Y tú diciendo adiós
sin haber aprendido a hacer el equipaje.


Se intenta.
 se puede volver,
con los ojos llenos de cosas,
a esas cosas,
en algunos casos.

El caso es que se puede volver
a saludar a una amiga
a reír con un recuerdo
a comerte una chips ahoy
y saberte a 2009.

A saberte,
como antes te sabías,
como antes te sabían,
y no había duda de quién eras.

Pero si te vas
no se puede volver
a una misma.



Lo que quiero decir
hoy
es que no os engañen:
si podéis recordar Abril,
Abril ya no va a volver nunca.

Aunque se acabe Marzo.

Por fin. 

Así que este poema,
que sí tiene solución,
va para la niña de ojos tristes que me mira
desde el espejo
como si yo fuera
un espejismo.

Como si yo fuera.

Y la que fue,
quiere decirle a la que venga,
aunque nunca venga ya 
al sitio donde yo estoy,
que lo único que importa en la vida
no es quedarse
sino dar besos antes de irse.


lunes, 4 de marzo de 2013

En off.

Me siento como si todavía llevara el tutú, debajo de la chaqueta de cuero que llevo debajo de la sudadera de los lunes.

Me siento como cuando la vida me pilló en zapatillas de ballet en plena calle y se me hicieron las 5 de la mañana, deseando que fuesen mejor los 5 años antes de todo aquello, o las 5 verdades que me ha dicho en toda su vida (rezando, para que entre ellas estuvieran las cosas que yo me he inventado que querría decir).

Me siento como cuando me fui a China a por sombras, torturas y cuentos.
Me siento como cuando me fui.

Me siento como si el pasado sólo fuese un mal sueño que tuve justo después de comer muchísimo. Ahora es que me acabo de despertar. Imagínate. Sigo teniendo las lentejas en la garganta.
Y no sólo.

Me siento como cuando de repente el miércoles volvió a ser martes, y el jueves volvió a ser martes, y el viernes volvió a ser martes.

Me siento como cuando quise a Dios, odiándolo muy fuerte, entendiendo dentro de mí que estaba sola por primera vez
(quizá, en realidad, por primera vez conmigo misma).

Me siento como cuando fui corriendo a la playa a estrellar la poesía contra las olas, a escribir mensajes en botellas que se hundieron porque les entró agua con sal.

Me siento como aquella vez que estuve en un círculo que no era mío, y de repente se volvió un cuadrado, lleno de esquinas y vértices, del que ¿y si ya nunca podría salir? Pinchándome todo el rato, culpando a las aristas, cuando en realidad lo que me punzaba era que el desarraigo me tuviera la vida llena de tuberías rotas.
 Aquella vez que dije: ¡ala! que ya he sido feliz. 
Y de pronto toda la tristeza del mundo estaba en mi mano derecha. Y nadie parecía sorprenderse de estar enfrente de una zona donde, de repente, cupieran todos los mares de este mundo.
48 kilogramos pesan, a veces, todos los mares de este mundo.

Me siento como aquella vez que manché una calle entera de me estoy muriendo.

Me siento como cuando me volví nihilista. Y dejé de creer y de crear (pero también de destruir).
Gracias a Dios.

Me siento en el mismo punto de partida.
Y cada vez más partida.
Y tengo trozos repetidos, que hay noches que no me caben en la cama.

Me siento como la primera vez que no recordaría un viaje en autobús.

Me siento como aquel día que tiré un céntimo a la basura y la economía española se fue a tomar por culo.

Me siento culpable, porque yo no tenía ni idea de vivir en pleno 2010.
Lo siento. Ni siquiera ahora tengo ni idea de vivir.

Me siento como pequeña, habiendo ya crecido.

Me siento como cuando supe que nunca sería la mejor en nada, y sí la peor en tantas cosas.
Cuando tuve que asumir que yo no era exagerada, dramática, ni ciclotímica, ni buenísima, ni rara, ni diferente, ni abstracta, ni musa, ni poeta, ni flor, ni florero, ni agua, ni sed, ni Dios:
yo simplemente era gilipollas.
Y me siento, hoy, como cuando supe que no lo asumiría jamás.







Lo cierto es que me siento.
Y creo que no voy a volver a levantarme nunca.