viernes, 5 de abril de 2013

Querida torpe.

Esta mañana me he levantado en una cama que no me quiere, con una piel que me rechaza, en unas sábanas que no reconozco, y he pensado que ojalá fuera yo de esas personas que tocan fondo y sonríen luego cuando alguien les pregunta que en qué charco han metido la pata hoy.
Hoy; un día de esos en los que miro de reojo a la izquierda del reloj y saludo con vehemencia a cada parte de mi vida que hace pedazos toda mi estupenda y falsa idiosincrasia.
Hoy, un día como otro cualquiera, en el que voy al baño, sin una zapatilla, cagándome en la puta madre del monstruo de debajo de la cama que se la come por las noches. Y el suelo desde abajo, mirándome con frialdad, preguntándole a mis pies que por qué tienen ganas de seguir andando todavía. Cómo si no supieran los muy torpes que no van a llegar a ningún sitio.

Luego he vuelto, después del mucho rato, después de la pastilla de vitamina C y de las personas, que al tragarla me hace daño en la garganta, porque yo los vasos de agua sólo sé utilizarlos para ahogarme.
Y áspera, me cierro la coraza de un portazo, me tiro de púa a la desesperación y le echo un poco de poesía al cojín para que se convierta, de vez en cuando, en una mano a la que agarrarme.

Después, todo se vuelve incierto. Doy una vuelta por la asfixia. Abdico en favor de mi derrota. Y dejo de dolerme por la pérdida de los terrenos conquistados. Y los días buenos, hasta sueño con ciudades que me obliguen a levantar la cabeza.

Hoy...

Yo qué sé.