miércoles, 29 de julio de 2015

Todos los paseos de vuelta.

Empiezo a andar y la soledad me va prestando la chaqueta. No pregunta: se la quita, me la extiende, siento su peso en los hombros. Qué calor.
El verano más caluroso de la historia.
De la historia de Cristina, que la zorra no se portó bien. De Paola, que se acaba de despedir de mí, y quién diría que no lo hizo hace tiempo. De Javier, que le echo de menos justo aquí en esta costilla que me estoy apretando tan violenta. De Loles, que abrió un bar en Ponferrada pero ella aún no lo sabe. De Jesús, que creyó en mí porque no me conocía como Pedro, que ahora es un nihilista en rehabilitación y sabe dios qué más.

El tiempo pasa. Noto como el tiempo está pasando. Puedo oír el tic tac de las agujas del tacón. Avanzo. Los estúpidos adoquines intentan atraparme pero, aunque torpe, yo soy más rápida. Caer parece lo lógico, pero no caigo.
Tic tac. Tic tac.

Hay alguien fuera de mí que no soy yo. Se mueve por mí, sacude mis manos. El aire es insustancial y transigente, de plástico y del barato. No me habla de nada o no le quiero escuchar. Veo pasar como escenas de teatro mis lugares de recreo. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Van quedando atrás sin un murmullo, sin un mal gesto. La oscuridad los tiñe de intangibles y ajenos. Los miro, pero están en la otra punta del universo. Hologramas de otra zona del espacio-tiempo.

«Juraría que yo no he crecido aquí... Juraría que yo no he crecido aquí».
Tic tac. Tic tac. Tic tac.

El reloj de la catedral sentencia. Dicta. Me asusta. Me duele. Le exijo. Le grito muy fuerte en mi cabeza que no. Dejo de oír lo que estoy gritando. Rasco con violencia la sien y arranco alguna idea de mi mente, pero no distingo cuál.
Se calla. Todo se vuelve más irreal.
Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac.

Intento ir más rápido. Voy más rápido. De repente, ayer. Tráfico. Risas. "No te quiero volver a ver". Años. El dulce ronroneo de los vientos cómplices. Lo que pasó. ¿O no pasó eso? ¿Lo recuerdo bien? Lo recuerdo mal.
Lo recuerdo.
¿Me recuerdas?
No me merecía que se me perdiera aquel pendiente, ahora lo sé.
Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac.

Cuesta abajo y sin frenos. Como todo lo demás (alguna vez). Me perdí a los 8 años y la pesadilla dibujó este sitio.

«Cuantísimos miedos pueden caber en una niña de 8 años... Cuantísimos».
Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac.

Ya casi estoy.
Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac tic tac tic tac tic...
Ya está. Agarro el barrote del portón como si ahí dentro estuviera encerrada la libertad. Tic tac. Cierro y salve.

Tic tac.
Adiós cárcel.
Tic tac.
Adiós aire, adiós oscuro, adiós soledad.
Tic tac.
Adiós Cristina, Paola, Pedro y Javier.
Tic tac.
Adiós reloj. Adiós prisa. Adiós tacones. Adiós agujas que se clavan.
Tic ... tac.
Adiós miedo.
Tic... tac.
Adiós.

En cuanto suene el próximo y último portazo, yo ya habré olvidado todo eso
otra vez.

viernes, 24 de julio de 2015

La importancia.

Manuela, María, Consuelo, Carmen, Susana, Marta, Lola, Patricia y Raquel.
Pero
la arruguilla superior del labio y
el miedo a morirme durmiendo
y no darme cuenta
el miedo a morirme despierta
y no darme cuenta
la angustia por sobrevivir a una vida
que no quiero (?)
que no elegí (?).

Los días en los que entendí algo
la nostalgia que adopté a los 13
y que se hizo mayor
conmigo
los martes.

El '¿me vas a abrazar toda la vida?'
y el abrazo justo después
que duró toda la vida
y que luego se fue
para siempre

La mentira
el exceso de realidad
la gente que no me gustó
la tara de no haber sabido celebrarme.

las barbies
las muñecas
Manuela, María, Consuelo,
Carmen, Susana, Marta,
Lola, Patricia y Raquel.
el juego del ahorcado
en el que Irene nunca era la solución
pero sí el problema.

El nudo en la garganta
la asfixia
el desenlace fatal
la tendencia a la autodestrucción
(y lo asquerosamente comercial que se volvió eso)
la mediocridad
los distintos matices del melocotón
la brillantez de quien nunca anunciará arroces
y los ojos más bonitos del mundo.

La torre de Babel de quien aprendió a saludar en 7 idiomas
pero no a despedirse en ninguno

El mito.

Los libros que no leí
los cuentos que no escribí
las canciones que nunca escuché.

Todo eso hablaba de mí
todo me llamaba a mí.

A sabiendas de que si Irene era la respuesta
cualquier Irene podría haber respondido
muchísimo mejor que yo.