viernes, 18 de diciembre de 2015

Distopía.

Hoy he soñado que te morías
sobre mi regazo de nube y llanto
de intentos de agarrarte
por dentro, buscando
un manual de instrucciones para el mundo
y aún así te fuiste
a otro planeta
oscuro y salínico
en el que no había hambre ni clima
sólo tu inexistencia
corrosiva
una yo en horizontal
echada sobre mi bilis negra
aferrando tus migajas
y Paloma, la vecina
del tercero
diciendo 'no
te preocupes, Irene
yo seré ahora tu hermana'

entonces pensé en todas las veces
que nos reímos
de su ridícula voz que no entendió
los secretos en las reuniones familiares
las idiosincrasia inconsistente de los correctos
lo inconfesable
lo inconexo
lo real
y sentí el hueco
el hueco de la mentira que resultaba la vida
sin ti
de la soledad, una
tristeza que no tenía, sino era
que germinaba en mis huesos
de plomo y disforia,
nacía como nosotras, como dos gotas de agua
que se bifurcan y mueren
antagónicas
despertándome
rompiendo la geometría de mi engaño
en mil cristales diminutos sobre el tacto.


Olvidé por completo
las malas rachas
de hasta 600 kilómetros
por hora muerta que nos trasladó
a la ciudad del viento
olvidando,
incluso,
Valparaíso que existirá para siempre en la memoria
de los testigos de tu risa


olvidé que había estado
tan enfadada por
cosas que me importan menos que perderte
que
me enfadé,
me enfadé aún más fuerte
por no hacerme responsable de mi
incapacidad para transferirme
hermetismo en desorden
búnker en guerra
apología de la pena como discurso identitario,
sin dar lo que yo te pedía
comprensión, tiempo
perdón
todo eso
me volvió tonta, tonta, tonta
ennegreció mis flujos
me impregnó de culpa y otra culpa
más
amnésica, deforme, escapista
pero que siempre encuentra Oniria
una culpa mía
--imbécil, estúpida, ignorante--
por no recordar lo importante, aún palpable
y ya no es sólo que tú estés
viva
sino que yo todavía puedo ser
feliz.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Por qué nunca seré escritora.

El lenguaje es la materialización cognoscitiva del mundo. Todo es palabra. Leer a los grandes literatos es como escuchar voces filtradoras de la humedad de las paredes interiores de las cosas: no sólo las vislumbran con pasmosa nitidez, sino que son capaces de transcribirlas con rigurosa exactitud. Sin embargo, esos escritores a los que ahora leo y releo, desempolvando superficies, me recuerdan mi Imposibilidad. Yo no sé deletrear mi desorden, ¿por qué tengo la necesidad de pronunciarlo? Alguna vez conseguí visualizar colores, pero no entender la forma de éstos. Jamás he eliminado la letra pequeña de ninguna de mis defensas, juicios, súplicas, detracciones, apologías ni pueriles cartas. Y aún, hoy, más de veinte años después, sigue doliéndome impunemente. Nunca he sido capaz de contar nada.

No fui capaz de destapar un diccionario y tragarme la insania para decir: sí, era esto; ni de llorar ácido cuando aquello, y fue corrosivo. No conseguí al abrir la boca enseñar la injusticia en mi garganta, ni defender la distopía con mis exiguas peroratas.
Cómo convertir mi llanto en cuento, cómo salir de aquí o entreabrir una rendija. Cómo transgredir de mí. Cómo contar lo que estuvo, lo que se fue, lo que quedó. Cómo atravesar mi cuerpo diminuto y presentaros a Dalila o a esa niña insoportable que pasa todo el viaje preguntando cuánto falta para llegar, cada cinco minutos.

Soy demasiado bruta para edificar, demasiado torpe para bailar, demasiado ciega para pintar todas las luces que soñó Laura... Sólo en el discurso me construyo y legitimo, y es, también, en el discurso de otros, donde pierdo identidad y me diagnostico mediocre, incluso en el de las niñas que detesto, bordadoras de cutres lunas rubiáceas que tampoco soy capaz de desbordar.
Estoy llena de raíces rotas, de elucubración vacua, de por qués incorpóreos.
No me estudiarán en los colegios, ni donaré mis poemas a la ciencia. No emocionaré a una chica en Barcelona, ni sentiré el orgullo de mi madre.
Y, sin embargo, me haré una bolita en la cama y lloraré a Pizarnik, reiré al Principito, depositaré en Borges la comprensión que me hubiese gustado recibir de otros. Me preguntaré por qué entiendo un idioma que no hablo. Sucumbiré, con radiactiva decepción, a la inefable necesidad de transferirme, y seguiré escribiendo, con más hambre que éxito... A sabiendas de que algunos, pocos, hallaron su victoria en el discurso, porque el lenguaje no es insuficiente, pero yo sí.