domingo, 15 de mayo de 2016

Réplica.

Pensaba en el amor como un ruido raro que te ayuda a dormir
y los demás no soportan
una risa secuencia a mandíbula batiente sin que haya un después
ni un casi, ni un cuándo, 
ni un tétrico futuro que aceche por la espalda.

Pensaba en el amor como un techo que te aplasta la cabeza
y te deja agusto,
como un niño que creció (ahora, en mis brazos)
el tacto íntimo de la raza
la colocación en el punto exacto
bajo su respiración, como una cría que lacta.

Pensaba en el amor como esa fábula 
que me tragué a los quince
disfrazada, como el escorpión sobre la rana
que no te mata con intención alguna, simplemente
porque esa es su naturaleza.

Pensaba en el amor como un verbo irregular
de conjugación cuatro en la escala Ritcher
nosotros, nosotros, nosotros
la secuela: ellos
la última persona del plural: yo.

Yo,
ahora, ya ves, tan tarde
sólo la basura, el óxido
sólo recuerdo una luz de una tarde
Una luz, una tarde.
Y yo no sé si X recuerda,
o si es la misma luz, la misma tarde
o me lo inventé, cuando creí coincidirnos
o estaba sola, cuando volví a casa
sin esconder las manos sucias
limpias de vergüenza, de disculpa, de terror.

En qué momento
en qué injusto momento tuve que aprender textiles,
la raíz cuadrada de P,
a integrar -preguntas hipotalámicas-
con quince vómitos en tres años
los ecos de una carcajada que ahora
me da miedo.

Ahora pienso que el amor no es nada de eso.
Nada que los demás puedan contarte
con los dedos de una mano
que soltaron otros.


Que no hay teorías, ni conceptos, ni poemas
ni todo lo contrario:
mascullaciones,, pleitos, confabulación.
Y aunque uses protección, te nacen 
monstruos.
Y aunque arranques con uñas las entrañas, te quedan
huellas.

Pienso en el amor y pienso en chicas
tan guapas, tan risueñas
que escriben cosas tan translúcidas
que perdonan al Peter desde la ventana
y dejan de ver sombras
no se dejan tocar la campanilla
no se revuelcan en el asco
ni se faltan el respeto.
Pero yo no soy así.
Lo reconozco, con más cielo que mala guisa,
haberme creído el mito, la toxina 
que no fue un error de cálculo,
sino mío.

Porque ahora pienso en el amor y siento angustia
porque sé que es el desvío de caminos tan ingratos
como la inseguridad o la desconfianza
el pánico o el rencor
el no o el casi.
Y es duro reconocer
que nunca viví en El Líbano,
que el lenguaje muerto que hablaba con mi novio
el de Hawaii, ahora cría grisáceas en Calpena.

Ahora pienso en las relaciones como
encontrar verdad en tierra seca
verbenas que no hablan en pasado
el olor ajeno como segunda piel
y no laceración.

Pienso en las relaciones
como dos que no se quieren mucho 
o se quieren menos
sino que quieren lo mismo
o se quieren tanto hasta reinventar
que nunca es demasiado.

No pienso en el amor.

Sólo pienso en abrir los párpados
masticar el color rojo
un camino sin trampa ni cartabón
ni reglas
una sensación que muere y se queda tatuada.
Aprender, todos los días
que no perdonas mil martes, cien defectos, un engaño
porque nunca tuviste que hacerlo.

Y cuando se acaba, o permuta, o distorsiona
seguir pensando, en realidad
que de haber podido dejar un último mensaje
en el contestador:
me quedaría callada.
Me quedaría un rato más:
a la derecha del hijo de puta
a la izquierda de un igual
al frente de un espejo roto
atrás de un ejército de rubias.
Que me hubiese quedado un rato más
a la espera
a la espera
al otro lado
a la espera.

Y tras la guerra, 
la pólvora, el cansancio
mis costillas:
un germen
un brote verde
una esperanza;
una cura, un santuario, un empujón;
los viernes: una fuerza embrionaria
a la que todavía no le he puesto nombre
pero ya me llama por el mío
y torpemente me jura
que querer es querer para siempre,
pero torpemente también susurra
que el amor siempre fue
otra cosa.


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