jueves, 24 de noviembre de 2016

Tralará.

He construido un puente sobre las cinco letras de mi nombre para poder salir de aquí. Quiero alcanzarte, pero en el tuyo hay un precipicio en medio, y me atraviesa.

He hecho equilibrismos desde el otro lado del alambre. Me tambaleo cuando conviertes el metal en cuerda extensa, y STARE en un verbo, y a mí no sé si en prisma o ángulo muerto. Salto a la pata coja porque cuando te doy la mano tú me coges la piedra, y tropiezo.

No puedo bajar a jugar, ya no soy una niña. Aunque me aguante la risa como si tensara un tirachinas, conteniendo una carcajada explosiva de canicas por miedo a resbalarme.

Soy una mujer, sin escondite ni perspectivas de salve. Ahora soy yo la muñeca y por las chicas bonitas pagan mucho dinero. En un momento, la palabra matarile mutó en amenaza y de repente me asusta. Vivo asustada sobre un mar de cadáveres rosa que empieza a inundarme los párpados, y cada vez escucho más lejos la voz de mi madre remando.

No puedo bajar a jugar: ya no puedo caer más bajo.

Una vez, un día, a una hora, mi nombre fue rayuela, ¿por qué coño escondiste la mano?

Sueño que me ves sirena, pero lo cierto es que bajo el mar no hay peces cantando.

Así que, por favor... si no me vas a decir dónde están las llaves, al menos dame una salida.
Estoy cansada de construir puentes y que te cruces desviándome hasta Terabithia. Me recuerdas tanto al reflejo de las luces del patio de mi casa; tanto a la promesa de aquella canción de cuna.

Te he visto pajarillo que canta en la laguna, pero sólo era una laguna.

En realidad, soy mucho más pequeña que una niña.

No es que no quiera jugar, es que...

Ahora que no vamos a ninguna velocidad, ¿por qué seguimos contando mentiras?

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