sólo cinco minutos
a la navidad en la que mi madre me tuvo estudiando matemáticas
para contarme por qué me costaba tanto resolver problemas
que no era culpa mía, que simplemente me faltaban datos.
que no era culpa mía, que simplemente me faltaban datos.
a casa de Lola el último día que la pisaría
para preguntarle qué detergente de la ropa usaba
y prohibirlo terminantemente en mi lista de requisitos para abrazarme.
al cuento de caperucita
para decirle al lobo: algún día tendré la boca más grande que tú
y pegar una carcajada que ahuyente hasta al puto leñador de los cojones.
a la cerveza que extrajo de mí una vulnerabilidad elegida
para acordarme de a qué saben las cosas a las que no les preguntas nada.
a la oportunidad a la que renuncié por algo que no lo mereció luego
para volver a renunciar a ella.
para volver a renunciar a ella.
para no decir absolutamente nada.
a las discusiones estúpidas con gente estúpida
que cree que hay quien no sabe de la vida
como si hubiera que saber algo.
que cree que hay quien no sabe de la vida
como si hubiera que saber algo.
a los ojos de todas aquellas chicas
porque ya no tengo miedo.
al otro lado del otro lado del espejo
porque ya no tengo miedo.
a aquel despacho inmenso en el que me señalaron con el dedo
para darme cuenta de que no era un despacho inmenso.
a una canción de los noventa
para sentirme como en casa.
a una canción de la primavera pasada
para sentirme como en casa.
Volver atrás
sólo cinco minutos
a releer todas esas cartas que ahora duermen al fondo del cajón
de a los que se las escribí
y entender por fin
por qué
yo.
sólo cinco minutos
a esa mañana de diciembre, a esta misma habitación
una completamente distinta
pera encontrarme aquí
pera encontrarme aquí
resolviendo a blandas penas
cuestiones algebraicas y mayéuticas
cuestiones algebraicas y mayéuticas
para ir corriendo y gritarme:
Irene, ya he encontrado el mínimo común múltiplo
y no pienso chivártelo.
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