viernes, 24 de marzo de 2017

Si los años hubiesen seguido pasando por nosotros
nos hubiésemos convertido en lo que éramos.
Me sé de memoria las canciones que sonarían en el coche
en los viajes largos de regreso a Timbuctú.
No me asusta que cualquiera piense que lo que me queda ahora
es una filia fallida, un plan que no funcionó;
sólo es una canción infantil, me gustaría explicarles
pero no me hace falta: me creo.

Todos los días pesados como barcos hundidos,
los proverbios chinos,
los cuentos de hadas muertas
es todo en lo que se convierte la sed cuando
al vaso que estrellaste contra la pared pasas a llamarlo suelo mal acristalado.
El truco no era agacharse a recoger los trozos;
creería más en el de encomendarse a los siete años de mala suerte.

Si los años hubiesen seguido pasando lo hubiesen hecho también por debajo de una escalera, sobre el lomo del gato negro, al borde de un espejo roto.

Hubiese sido lo mismo, hubiésemos dejado atrás
islas, vacaciones, rutinas
mentiras que hoy saben al zumo de una fruta extraña
imposible en tu dicción.
Y Timbuctú se ha convertido una ciudad tristísima.

La verdad es que si los años no hubiesen pasado yo hubiese pasado.

Y bueno, también tendría todo este miedo...
Pero podría dejarte un poquito en el microondas.


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