viernes, 1 de septiembre de 2017

Bum.

Desenchufaron al robot X porque había inventado un idioma propio
incomprensible para la raza humana, creadora de guerras, discriminaciones,
asco a mendigos por acompañarse de perros que no alimentan lo suficiente
y máquinas que dan miedo gracias a los que nos ha dicho ya la literatura.

Entiendo que es todo un logro ser de ciencias
y saber contar sólo hasta donde llegan los números.

Hemos evolucionado hasta el escalafón que existe
por encima del bien y del mar, y por fin
las mayorías simples le pisan el cráneo
a las minorías complejas.

Funcionamos así.

Somos tan morales que sabemos que una mujer tiene el derecho
a deber desnudarse coaccionada por hombres armados en una
playa en la que un yorkshire se esté meando ante el aplauso
de un lobbie grande y poderoso como la hipocresía.

Somos tan animalistas que
sólo toreamos                                                  a quien nos quiere
sólo abandonamos                                           a nuestros amigos
sólo despellejamos                                           a nuestros ex.

Somos gente con voluntad de hierro y sonrisa
actualizada, disponible, formateable, pero
cuando estoy más bien apagada
no puedo evitar preguntarme:
el robot X, ¿me comprendería?

El desarraigo es la corriente filosófica de una generación
pero amamos La Tierra, sobre todo la parte cercana
a nuestras antípodas;
queremos ver el mundo
tocarlo con la yema del dinero.
Viajar a la India, estar con niños sucios
ganar en valores, y así poder algún día
vivir en San Diego, California.

Estas son las cosas que le cuento a Seth
porque, de mis perfectas teorías sobre la mortalidad incorrompible
queda la fe de que alguien me escuche y, en algún momento,
las destroce todas y cada una de ellas.

Una civilización acomodada, tecnológica, de procesos simplificados
me sorprende, con inaceptable frecuencia, cruzando la galaxia a nado
sólo para sentarme en la mesa a mediodía.
Errática y analógica, como el reloj de mi abuelo
que siempre marcaba la hora
de hacer lo que me gustara.

Siento que adaptarse al medio es un eufemismo
de acostumbrarse a la mitad
,
que Darwin sería un genio
pero que yo una vez tuve una lámpara.

En una época en la que hemos decidido que el alma es solo
una reacción química, reacciono cada vez menos
con la lengua rajada y la sangre inundando
por completo el ecuador del cuello
me he acostumbrado, en hermética soledad
a seguir echando de menos Quito.

Ahora que sé que, cuando el accidente mortal acabe
con mi cuerpo intacto y decidas desconectarme, no vacilarás
ante la pregunta, con la mirada fija en los mil cables
sólo espero que al tiempo, al alcanzar una versión
desprovista del desentendimiento y el dolor torácico
te tiemble un poco -sólo un poco- la voz al contar
lo bien que, en aquel momento, te trataron los TEDAX.



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